Empujón a la natalidad en España

Desde que el Presidente del Gobierno anunciase el pasado 3 de julio la ayuda de 2.500 euros y hasta hoy han sido muchas las opiniones, reflexiones y puntos de vista, escuchados y leídos en los medios de comunicación y en la propia calle, y a pesar de todo, aún no logro comprender el verdadero alcance de la medida, ni el impacto social que pueda tener. Sin embargo, no por ignorar –imagino que como la amplia mayoría de ciudadanos- el sentido real y las especificidades propias que tendrá la ayuda, no debo por ello dejar de emitir mi propio juicio sobre lo que entiendo es bueno para la sociedad, aunque con ciertas matizaciones a las que me refiero a continuación.

Es obvia la imperiosa necesidad que este país tenía de disponer de un marco de ayudas directas a la familia, similar al que otros estados de la Unión Europea tienen desde hace muchos años y cuyo objetivo no es otro que el de impulsar la natalidad ante la “crisis demográfica” acaecida en los últimos tiempos con las correspondientes consecuencias en los ámbitos del empleo, la economía y la generación de riqueza y bienestar. Hoy en día no creo yo que la decisión de tener o no tener hijos dependa de una cuenta de resultados económicos, que nos impulse a emprender la responsabilidad de ser padres, sino más bien creo que influyen otros condicionantes de índole personal, educacional y emocional.

La familia y todos los valores que encierra merece de una atención política personalizada, permítanme la expresión “esmerada y mimada”, construida sobre un proceso de acción participada y consensuado por muchos sectores implicados, en base a algunos aspectos entre los que destacaría: Diversificación y tipificación del apoyo económico a las familias durante un periodo de años menor a 15 y superior a 3, conciliación de la vida familiar y laboral en el ámbito público y también en el privado, establecimiento de sistemas de modulación de ayudas, prioridades a territorios despoblados y núcleos de población en peligro de desaparición.





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