Peajes rurales

Acabo de llegar de Cáceres y mi pequeño ya está en la cama. Lo dejé está mañana temprano en la habitación tras darle un beso de despedida. Es la tónica que se repite cada día que tengo que asistir a mis clases de canto y el precio que muchas personas pagamos por vivir en el medio rural, en un pueblo pequeño en los que existen innumerables ventajas, pero en los que también se echan en falta otras muchas cosas, entre ellas centros de formación adecuados a las demandas de los ciudadanos. Pero, realmente hace pocos días también tuvimos que coger el coche para hacer una serie de compras en una ciudad toledana cercana (al menos a la misma distancia que la capital cacereña) precisamente porque en Guadalupe no existen tiendas de ropa, ni de calzado, ni de otras muchas especialidades. Y uno no quiere pararse a pensar que para poder ser beneficiario de muchas cosas, de aspectos de ocio y tiempo libre, o de cualquier otra forma de consumo (gratuito o no) necesita jugarse la vida en la carretera, mientras que otros ciudadanos y ciudadanas sometidos a los mismos gravámenes fiscales y legales, lo tienen más cerca de la mano. Pero de momento es el lastre que nos toca soportar a quienes hemos decidido apostar por el pueblo, por sumar y aportar en lo personal y en lo profesional, por el entorno más inmediato en el que nos hemos hecho hombres y donde nos han salido los dientes.

Tengo motivos para ser prudente e incluso dudar para poder ser optimista con respecto a si en un futuro inmediato esto cambiará algo o por el contrario estas distancias que nos separan de otras formas de vida dentro de un mismo territorio, por ejemplo regional, algún día se verán superadas. Mi temor se fundamenta en que acaso un desarrollo basado en cifras macro y micro económicas y en datos estadísticos, no deje tras de sí lagunas e islotes de retraso que amplíen más la brecha que nos separa del denominado mundo urbano.

Ojalá el mañana nos sonría y podamos enterrar en el olvido algunas de las diferencias que hoy nos marginan con dureza.

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