Mirabel y la Cruz del Ventisquero

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Hoy he vuelto a perderme la romería de Mirabel,una de las más emblemáticas e históricas de Guadalupe, aunque con cierto decaimiento con respecto a antaño -al menos así lo creo- desde que cambió la propiedad hace algunos años, lo cual es comprensible dado el rico patrimonio natural e histórico que en la finca del mismo nombre se guarda.

Motivos laborales (¡Bendito trabajo!) y posiblemente la falta de motivación con respecto a otros tiempos, han hecho que haga novillos por tercer año consecutivo -si no me falla la memoria- lo cual no me impide recordar con cierta nostalgia las romerías de otros años, donde lo pasábamos a lo grande y donde una de las reglas básicas del juego era subir al Palacio de Mirabel por los caminos públicos que nos conducían hasta él y que tomábamos normalmente por el valle del Guadalupejo, pasando por el Bailaero (según tengo entendido llamado así porque a la vuelta de la romería la gente se paraba a bailar en esa zona llana del valle) y otras sendas y caminos, algunas de las cuales ya son intransitables por estar cerradas con cadenas o porque sencillamente se perdieron.

Siempre recordaré las intervenciones de la banda de música de Guadalupe en la procesión, con la imagen de la Magdalena camino de la Cruz del Ventisquero o Mentidero, culminación de la procesión y un mirador excelente de todos los valles y sierras que conforman el paisaje privilegiado de esta zona de Guadalupe, a la que la reina Isabel la Católica denominaba "Mi paraiso" y donde, cada vez que podía, se escapaba para alojarse en el palacio que no era sino una granja de la Orden de los Jerónimos (regentes del Real Monasterio desde 1389 hasta 1908 que los franciscanos les relevaron) y que está declarado como Monumento Histórico-Artístico desde 1931.

Cómo no hacer gala de haber disfrutado del castaño del Abuelo -hoy declarado árbol singular- y de su corpulencia antes de ser quemado, situado a poca distancia del palacio y al que se accedía de manera libre y sin ningún tipo de prohibición, aunque pensándolo bien todo tiene cierta explicación.

Recuerdos, vivencias y sobre todo mucho arraigo y tradición, unidos a una gran unidad entre vecinos/as del pueblo que este día se hermanan para disfrutar de una jornada de campo en familia, con los amigos o en cualquier otra agrupación humana que contribuya al júbilo y al disfrute de la naturaleza y también del jolgorio que surge con motivo de la fiesta que espero siga viva muchos años. A ver si al año que viene surge algo especial y me animo a volver a esta joya escondida en el corazón de Las Villuercas.

Aquí tenéis unas excelentes fotos de este edificio de Javier Pérez Ross.

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