¡Qué tiempos aquellos!

Mientras observo a mi hijo mayor pegado a la Nintendo y dadas las fechas en las que estamos, me vienen a la memoria muchos recuerdos de mi infancia, de aquellos veranos de mi barrio de Las Eras de Guadalupe, donde todos los niños/as nos concentrábamos en la Cruz (Actual Plazuela de San Francisco) para llenar las calurosas noches veraniegas de algarabías y de gresca , mientras nos refrescábamos con algunos flaxes y nos partíamos el pecho para destacar en algunos de los juegos de más éxito del verano: el escondite, el bote, el "churro, mediamanga, mangotero"... Y cómo olvidar nuestras escapadas a la era de Doña Máxima, hasta hace poco helipuerto del Plan Infoex y no hace mucho, plagada de haces de cereal, de trillos y de máquinas limpiadoras, que cada temporada nos enseñaban el oficio y nos permitían trillar sobre el redondel del cereal extendido bajo la fiel obediencia de algún burro, mula o caballo.

Aquellas visitas de los amigos/as de la capital, fieles a la cita estival, personas con nombre y apellidos que siempre permanecerán en la memoria de quienes compartíamos estas temporadas de juegos, de meriendas, de jolgorio y también de fechorías, casi siempre tendentes a apropiarnos de alguna fruta de temporada, cuya ubicación y fenología conocíamos a la perfección. Entrañables y emotivas aquellos encuentros, como también las despedidas, amargas el primer día y resignadas al segundo, ante un hecho cíclico que nos acompañó durante muchos años y que nunca nos dejó del todo cuando pasamos o volvemos de alguna manera a aquellos rincones y lugares que fueron escenarios de aquellas vivencias, a veces físicamente, pero sobre todo -como es el caso- a través de la memoria y el recuerdo.

¡Qué tiempos aquellos!

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