La educación en la familia

La apreciación que la gente de mi generación tiene de los jóvenes y adolescentes de hoy es algo confusa, y casi siempre las tendencias apuntan a que hay una pérdida de valores y de autoestima, demasiado fracaso escolar, cierto pasotismo ante la situación política y social, y también mucho conformismo. En demasiadas ocasiones los padres achacan ese tipo de carencias a la sociedad en sí, a los políticos y a las leyes que se elaboran desde esas instancias, a la falta de formación y recursos para la educación, y a otras muchas causas que cualquiera podría ir desgranando sin esfuerzo.

A pesar de todo nunca tiramos piedras sobre nuestro propio tejado, y no nos mojamos en reconocer que la culpa de mucho de lo que sucede entre los jóvenes es ajena a ellos, y es más bien responsabilidad de la familia, verdadero motor, a mi modo de ver, de impulsar y desarrollar la madurez que les embarque hacia el futuro. Pero claro, los padres se afanan en ir de modernos y de progresistas, lo quieren todo para sus hijos y no importa a qué precio, prefieren delegar esa responsabilidad en los educadores y no son conscientes de que lo verdaderamente importante para los jóvenes es sentirse queridos, escuchados, apoyados y comprendidos, de la misma manera que cuando nosotros fuimos jóvenes. A veces dotarles de todos los caprichos y facilidades les perjudica seriamente, y les merma su capacidad de sacrificio y esfuerzo, tan necesaria para la vida.

Quizá no nos hayamos parado nunca a reflexionar sobre este asunto. La velocidad con la que nuestra vida se mueve supera todo intento de pensamiento y de aliento, aunque de nuestros propios hijos se trate. En demasiadas ocasiones, y sin tener conciencia, estamos contribuyendo al más terrible de los fracasos, y en alguna ocasión de manera irreversible.

La familia debe de ser, por tanto y de manera perseverante, la primera de las escuelas, pero también el instituto, la universidad y el centro de reciclaje al que se debe acudir durante toda la vida. En la unidad familiar nos hacemos personas y aprendemos los valores más elementales e importantes que nos acompañarán el resto de nuestra vida. Si somos capaces entre todos de profundizar en estas reflexiones y de detener nuestra carrera hacia el éxito profesional, personal y de otra índole, para hacer un poco de autocrítica, mejoraremos el futuro de nuestros hijos, el de nuestra sociedad y el de la aldea global en la que nos ha tocado vivir.


Artículo publicado en el Periódico Extremadura el 20 de octubre de 2005.

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