Historia de una vela

Llega la noche y la macrovelocidad del fenómeno luminoso parece haberse ralentizado de manera perpetua. Vela en mano sorteamos las necesidades propias de la noche hasta que logramos conciliar el sueño. Al amanecer todo sigue igual, por lo que vuelvo a encender la vela para asearme y acicalarme, sin que el siempre deseado café matutino me acompañe en esta ocasión. Ni la vitrocerámica ni el microondas me lo permiten.
Me pregunto yo si hay derecho, o mejor aún qué pecado habremos cometido quienes pagamos religiosamente la factura de electricidad a final de mes, por cierto con un incremento importante en los últimos años, sin que conozcamos en este asunto mayor gloria que la que les relato. Pero la gravedad del asunto no está ahí, sino en que se ha convertido ya en una tradición, casi popular, de esta magnífica tierra. Ya lo vivía yo en mi casa, donde incluso llegué a utilizar candiles de aceite. Me contaban que antes sucedía y me temo que si no empezamos a movilizarnos, esto va a ser una herencia generacional de por vida.
Esta es la historia de la vieja vela, desempolvada en cada tormenta y fiel compañera de quien les escribe, ligada a la historia de los hombres y mujeres que viven en algunas zonas rurales, y me temo que aún durante algún tiempo, utillaje obligado de nuestros hogares.
Opinión enviada a todos los medios de comunicación en el día de hoy.
Comentarios