La sabiduría que encierran los libros

No soy yo precisamente de los que huyen de la tertulia y conversación, lo que me llevó hace unos días a experimentar un encuentro interesante y apasionante con un pastor jubilado, al que hace algunos años conocí, cayado en mano y libro en la otra, mientras recorría a pie un camino vecinal. Santiago Plaza, a sus casi ochenta y tres abriles, volvió a ilustrarme con su sabiduría y sus historias, basadas según él en hechos reales, descifrados y recabados en las miles de páginas que su memoria ha retenido. Su expresión facial y su explosiva sonrisa, junto a una fluida palabra, son la mezcla perfecta para que cualquier oído, que guste de aprender y con facilidad de diálogo, se rinda ante su planta. En unos minutos, este hombre es capaz de hablarte de la vida de Verdi, de los amores y desamores de Napoleón, de recitarte unos poemas de Fray Luis de León, de relatar cómo su padre superó una crisis económica, o de tales o cuales argumentos en los que se basan algunos de los últimos éxitos literarios.

Ante tanta expectación uno siente verdadera envidia sana y un privilegio enorme al poder experimentar este tipo de encuentros, posiblemente porque se da cuenta de que una cosa tan sencilla, como es la lectura, a la que hoy día tiene acceso cualquier persona sin excepción, tiene valores cultural, social y humano, importantísimos, los cuales ignoramos o sencillamente desestimamos. Su profesión de pastor y su ansia personal de conocimiento ha contribuido sin duda a curtir y conformar un personaje singular, un hombre sencillo que no conoce la universidad pero que en sí representa varias cátedras juntas de Historia, Literatura y la más importante de todas, la de la sabiduría que da la experiencia y el contacto con la naturaleza durante tanto tiempo.

Los modernos sistemas de manejo de ganados, junto a la escasa dignificación de esta profesión están acabando con esta singular figura -la de pastor- y con el acervo de saberes populares que custodia y trasmite con generosidad y desparpajo.

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