La conservación de especies silvestres

Pocas veces siente uno tanta emoción y satisfacción a la vez, cuando experimenta un lance con alguna especie animal silvestre, y no me estoy refiriendo a un encuentro cinegético, sino a una circunstancial anécdota que he vivido recientemente, cuando regresaba del trabajo a casa, por la cual fui testigo de como una perdiz y su camada de perdigones se detenían en medio de la carretera y permanecían inmóviles ante mi llegada, dispuestas a encontrar -sumergidas en su inocencia- algún cómplice para el sacrificio, con la fortuna de que ese día -mitad sorprendido y la otra mitad sensibilizado- se toparon con un conductor que no estaba dispuesto a pasar un mal trago y sobre todo, que no se perdonaría haber roto la vida de esos pequeños seres maravillosos, que junto a otros engrosan esa lista de especies animales y vegetales que conforman la denominada biodiversidad, ese concepto del que tanto se habla en los últimos años y que ha llevado al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero a presentar en la Cámara para su aprobación, hace tan sólo unos días, el denominado Proyecto de Ley del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad.

La conservación de especies es tarea de todos: en el plano político fomentando y aprobando normas que regulen y planifiquen las fórmulas de conservación; pero también en el plano social, de un modo especial de quienes están más cerca de los hábitats más sensibles, ligados siempre y casi en exclusividad -o al menos en un porcentaje muy elevado- al medio rural. Muchas veces, desde la cercanía se pierde ese concepto de la conservación y del respeto hacia esas otras formas de vida existentes en nuestro entorno natural, refugiándose en falsos argumentos y relegando a un segundo plano el verdadero protagonismo que las especies tienen para la vida. Por eso, también a pequeña escala podemos contribuir a esta causa global, simplemente pisando el freno del progreso en momentos puntuales y ralentizando el motor del desarrollo, para evitar pérdida de biodiversidad.


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