Cuidado con el bufé en las vacaciones

Siempre que me dispongo a pasar unos días en algún hotel de la costa andaluza o en cualquiera de las islas, me pongo a prueba: siempre hago el propósito de no ponerme hasta arriba de comer en el tentador bufé que suele ser la forma más extendida de atender y saciar el hambre a los turistas. Evidentemente, jamás lo cumplo, pues no sé si es que el ambiente, la presencia de variados manjares o que uno es glotón por naturaleza, me hacen sucumbir ante tanto sabor, con el correspondiente aumento de peso en poco tiempo.

Uno, más o menos intuía que esto era poco saludable, pero se aferraba al dicho de "una vez al año no hace daño" y confiaba en la sabiduría de la naturaleza para restablecer los excesos. Equivocadamente claro, pues una vez que sube la curva de la felicidad, y con el ritmo normal de vida que llevamos, al menos en mi caso, de absoluto sedentarismo, con un trabajo cómodo y de oficina, resulta prácticamente imposible que las aguas vuelvan a su cauce.

Si a esto añadimos que según algunas asociaciones de consumidores advierten de que las comidas tipo bufés pueden generar problemas higiénico-sanitarios debido al tiempo de espera de la comida en los mostradores tan elegantes y sugerentes que nos preparan para que entren por la vista y nos olvidemos de otros aspectos como la calidad. Además, el negocio es redondo. Cobran simplemente las bebidas y claro está, que cuanto más se come más se bebe. Ahí está la rentabilidad y la trampa.

Si quieres profundizar en este asunto, la revista consumer, realiza un interesante análisis del aspecto sanitario, que bien merece la pena leer antes de iniciar unas vacaciones. Cómo se suele decir "Por si las moscas".

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